lunes, 26 de mayo de 2008

POEMA EN AZUL NEGRO


Azul negro, lágrima de destierro.
Blanco insolente.
Azul negro con cuerpo cansado.
Blanco arrogante que castiga su espalda.
Nombre ampuloso, escriben: Conquista.
Ambición en loca carrera.
ÁFRICA llora con todos sus verdes,
y el dolor trepa por lianas infinitas.
Un ruido de grilletes,
apaga el Ton-Ton de la magia natal.
Las criaturas de la selva escapan por instinto.
Sólo las hienas acompañan la cacería.
Ahora, en todo el continente negro llueve.
Suave llanto que moja el desconsuelo
por los hijos ausentes, ajenos a la libertad.
Esos, los azul negro que con sus manos cansadas
están dibujando con la blanca espuma del mar,
su futuro de esclavos.

ALICIA CORA FERNÁNDEZ

miércoles, 14 de mayo de 2008

CAJA DE PANDORA


Bailan en mi hoguera encendida.
son las chispas que acercan algo de luz
y un retaceado calor al oscuro callejón de esta agonía.
Van envolviendo poco a poco el alma escarchada
y crean un mundo irreal en el que me sumerjo.
Se apagan, se enfrían, su destino es efímero,
pero dejan pequeñas heridas, que allí,
al final de la noche son la sumatoria de todo el dolor.
Pensar que pueden elevarse al infinito,
es tratar de convertirlas en algo más cierto
que los segundos que separan la vida de la muerte.
Mi calendario vital está lacrado,
ya no pueden ni la luz ni el calor abrir cerrojos oxidados.
Soy la mujer que amó un imposible.
esa que supo atesorar exiguos momentos
y ensayó tibias sonrisas
marcando su felicidad en un negativo fotográfico.
Él llegaba con una historia inédita,
con caminos recorridos sin la compañía de mis pasos.
Callé las voces sabias de mi edad,
hice con el cuerpo, una caja de Pandora,
de donde cada día él podía sacar algo distinto e impredecible.
Supe de la magia de besos robados
y saboreé los que recibí como ofrenda.
Fui el arco sin flecha, el arpón sin soga y el corazón sin latidos.
Una pianola repitiendo sin cesar los te quiero en Mi sostenido.
No dudé en ser arcilla para ese devenido alfarero.
Hoy, ya no está.
A mi lado veo la flecha perdida que completa el arco.
La pianola calló su voz tartamuda.
Aferro la soga del arpón en mis manos
y me doy cuenta de que el corazón sin latidos
está escondido y llorando su destino sin remedio.

ALICIA CORA FERNÁNDEZ

miércoles, 7 de mayo de 2008

CARTA DE AMOR Y DESAMOR


Quise encabezar esta carta de una y mil formas, pero todas tenían algo que no me conformaba.
Por ejemplo, dirigirme a vos llamándote “Querido” traía a mí el sabor amargo que deja una derrota.
Garabatear tu nombre era sentir sobre la piel como cada letra se clavaba en ella y se convertía en un silicio
impiadoso.
Es entonces que opté por escribirte así, sencillamente y abriendo de par en par mi corazón.
Hoy: decido dejarte; no más preguntas a mi alma, no más dudas sobre si mi proceder es acertado o no.
Llegó por fin mi tiempo, ese que había perdido por seguirte como una geisha sumisa y expectante ante tu
más mínimo deseo.
Lo recobré así, de golpe, me dio de lleno en el cuerpo, la razón y la sangre.
Tan fuerte me golpeó que casi me voltea.
Tardé en recobrarme apenas segundos, mis ojos se abrieron a una nueva luz y todo tomó su verdadera
dimensión.
Ví las calles conocidas, asfaltadas a nuevo, como esperando mis pasos recorriéndolas sola o tal vez de la
mano de otro hombre, alguien al que yo le importe y quiera invadirme con su amor.
Al abrir la puerta de mi casa esta mañana, el sol me hizo un guiño cómplice, como diciendo “Aquí estoy”,
acercáte a mí y todo este calor es tuyo.
Vuelvo de la oficina, ya es de noche, de improviso veo sobre mi blusa la figura de una mariposa de luz, es mi
vieja amiga la luna; la que a pesar de su frialdad se prende con fuerza a mi pecho y me da la tibieza que
nunca me diste.
Ahí, en ese instante, todas mis horas pasadas o perdidas a tu lado (no sé bien cómo llamarlas), retornan
como flashes confirmando que sólo fui una soñadora aferrada a vos, sin alcanzar a percibir lo que flotaba
en el aire, esa doble vida tuya cerrada para mí y abierta para todos.
Me ví sola, abriendo las manos y dejando escapar de ellas una a una las cuentas de ese collar de perlas
negras que esperándote había enhebrado con los amaneceres y los ocasos no compartidos conmigo.
Otra, tal vez mejor que yo se había hecho dueña de todo lo que creí era mío, sueños y destino junto a vos.
Creí morir, cuando en uno de esos ratos chiquitos y mezquinos que pasabas cerca de mi, tu coraje asomó y
hablaste, pisoteaste y humillaste a la que hasta ese instante te había erigido con referente de su amor.
Entonces, ante “Tu Verdad” ¿para qué luchar?
Tratar de vencer ganando ese duro combate contra “ella” hubiera significado dejar sobre el campo de batalla
mi cuerpo desangrado y mi alma desnuda y desolada.
Cuerpo y alma sobre los que plantaste la bandera de otra casa y el escudo de otra dueña.
Ahora, más serena, estoy tratando de ser feliz, no tengo posesión alguna, todo lo mío lo perdí en tus manos;
pero te aseguro que rescaté un rincón de mi corazón, lo salvé de la hecatombe.
Cuando empezó a latir me gritó que estoy viva y respiro nuevamente. ¡Es realmente increíble!.
Te pido por favor que no me llames, ni pretendas como antes colarte por mi ventana para dejar un jazmín
sobre mi almohada, o pases frente a mi balcón silbando aquella melodía.
Que tus pasos no me sigan como perros de presa. Que hagas ese viaje que proyectamos tantas veces
para poner una distancia infinita entre nosotros.
No acuses a nadie de esto que nos pasa, si te mirás al espejo lo vas a descubrir.
Yo, prometo no esperarte y no llorar a gritos por este amor herido de muerte.
Solo así, muy despacio, volveré a ser una mujer, sin bastones ni muletas, una simple mujer que camine hacia
el encuentro de la vida recobrada.

ALICIA CORA FERNÁNDEZ