domingo, 20 de septiembre de 2009

LÍNEAS PERDIDAS


Por un acuerdo tácito, por costumbre, por necesidad de compañía o tal vez por las ganas de evadirnos unas horas de los problemas de nuestras vidas nos
reunimos, hace ya diez años, una vez por mes, el mismo día y en el mismo
lugar (Confitería Moustache frente a la plaza del pueblo) mis tres amigas de la
adolescencia y yo, a tomar el “five o’clock tea”.

Entre tanto chimento, comentario de actualidad y el infaltable intercambio de
recetas de cocina Light por supuesto, saltó como disparada con un arco esa
flecha teñida de deseo y misterio: ¿Me haría una cirugía estética?.

Todas nosotras, vale la pena aclararlo, frisamos los sesenta años.

Las opiniones iban desde una oposición total hasta el desenfreno de ansiar
crear un nuevo mandamiento “Ama al quirófano como a ti misma”

Analizados los pro y los contra, cada una explicó de qué manera corregiría los
estragos habidos con el tiempo en su cuerpo.

Graciela, la más audaz del grupo, confesaba sin reparos que de tener mucho
dinero no dejaría rincón alguno de su persona sin retocar, de hecho ya tenía
planeado un Lifting para remozar su cara.

Terció la opinión de Haydeé, ella convivía desde su juventud con la obsesiva
idea de agrandar sus “lolas” y a pesar de los informes a diario sobre los

problemas que ello le podría ocasionar no abandonaba sus propósitos.

María, indudablemente la más pensante de las cuatro, dijo muy segura de sí
misma que de ninguna manera alteraría su fisonomía y que estaba muy de
acuerdo con lo que Dios le había deparado.

Aquí, en este preciso instante del relato, entre a jugar yo, que desde jovencita
me gustaba estar en la cresta de la ola y divina a los ojos de todo el mundo.

Hace ya bastante tiempo que el espejo me devolvía una imagen extraña a la
que fuera otrora.

Les expliqué mi punto de vista, que quería borrar todas las líneas de mi cara,
y tuve oídos receptores para mis cuitas.

Nos despedimos con la promesa de una nueva reunión al mes siguiente, me fuí
de la Confitería caminando despacio hacia mi casa y cada vidriera del camino
se ensañaba en mostrarme una cara distinta a la mía.


Al llegar y contrariamente a lo habitual no encendí la luz del Hall, fuí directamente al baño y ahí sí, los spots del vanitory me gritaron la realidad.surcos leves (algunos no tanto) recorrían mi cara haciendo en mí un camino angustiante

Al llegar y contrariamente a lo habitual no encendí la luz del Hall, fuí directamente al baño y ahí sí, los spots del vanitory me gritaron la realidad.surcos leves (algunos no tanto) recorrían mi cara haciendo en mí un camino angustiante

Apagué todas las luces, me tendí en la cama y lloré hasta el amanecer.

Al día siguiente busqué desesperadamente la tarjeta del Cirujano Plástico
que me había dado Graciela.

Con el mágico pasaporte a la felicidad en mis manos, no dudé en concertar una
cita haciendo del teléfono mi silencioso cómplice.

Luego de una visita “exploratoria”, el galeno en cuestión me detalló paso a
paso lo que iba a ser la operación para mi reinserción en el mundo “joven”.

Llegó el momento y me encaminé dispuesta y animada al quirófano.

Atrás quedaban las opiniones en contra de mi esposo y mis hijos, renglón
aparte era lo que decían mis nietos, ya que para ellos la Abu siempre iba a ser
joven y linda.

Salí airosa de la operación y en algunos días comencé a ver los resultados: la
piel de mi rostro estaba nuevamente tersa y estirada como una cuerda de
violín.

El espejo me devolvía la imagen de una mujer a la que el paso del tiempo no la
había afectado demasiado.

Cuando volví a encontrarme con mis amigas, los halagos endulzaron mis
oídos, noté sin embargo que María me miraba anhelante y con sus grandes
ojos me decía lo que no se atrevía a decir con su boca, era una pregunta que
después pude entender: ¿Sos feliz?.

Nos despedimos , y ya en mi casa, tampoco encendí la luz del hall, en el baño
los spots me lastimaron porque me devolvían la imagen de una mujer ajena a
mí, rasgos extraños, una piel lisa; en fin era una máscara pobre y penosa de la
que fuí.

Tengo claro que no puedo reclamarle absolutamente nada al médico, yo
quería rejuvenecer y él lo había logrado.

Pero………..siempre hay un pero.: ¿a quién le reclamo hoy por mis arrugas?

¿a quién le cuento que cada una de ellas era una cicatriz gloriosa de mis
sesenta años?.

¿a quién le digo que las extraño?.

¿a quién le pido la arruga del llanto por mi primer amor, o aquella del día que
me casé ,
o tal vez las que estaban mezcladas en dolor y alegría después del
parto de mis hijos, o las dibujadas por el sol al estar tirada en la playa con mis
nietos, o las que me llegaron ante la muerte de un ser amado?.

¿a quién le confieso que me equivoqué y que quiero que me las devuelvan?.

Porque saben, ellas eran mías, me las había ganado, para bien o para mal,
eran tan mías como lo son mi risa y mi llanto, como cada acto de mi vida
acertado o fallido.

¿a quién le cuento que ya no me importa ahorrar en maquillaje para taparlas
para ir a alguna reunión?

¿a quién le digo que al borrarlas de mi cara me dejaron indefensa porque ellas
eran toda mi sabiduría y experiencia?.

¿a quién recurro para que todos sepan que al no tenerlas, soy alguien sin
identidad, alguien que parece no haber vivido?.

Y por fin ¿dónde encuentro un viejo espejo para poder mirarme en él y reír
llorando al reconocerme.

ALICIA CORA FERNÁNDEZ

viernes, 18 de septiembre de 2009

ALAMBIQUE


Las conté una a una,
y enhebré con ellas un nuevo rosario,
sabiendo que lo rezaría muchas veces.
Cristalinas y tibias,
alcanzaban mi boca y le daban algo de calor.
Al mirarme en el espejo,
vi los surcos dibujados en su caída,
formando el mapa de tu huída.
Se fueron secando dejando en las heridas
toda la sal de un inmenso y desolado mar.
Traté de huir y luché como el condenado a muerte
que no se resigna a su suerte.
Vanos intentos y locos deseos,
querer parar el tiempo
y descubrir que el reloj perdió sus manos
cuando trató de abrazarte con ellas.
Querer subir la escalera hacia vos
sin poder pisar los escalones ardiendo en rojas brasas de acero.
Apretar los puños,
empalidecidos en el esfuerzo por aferrarte
y transformados en alambiques que filtran tu cuerpo,
ese cuerpo amado que estoy perdiendo.
Piedras del camino que sorteo mientras rezo el rosario de mis lágrimas.
No te espero, no me esperes,
vos ya viraste el rumbo lejos de mi ruta,
yo trato de moldearle nuevas manos al inválido reloj,
calzo zapatos de amianto para subir esa escalera ígnea
que ahora me guía hacia otro amor.
Abro mis puños cerrados y por los dedos alambicados
se desliza una garúa perfumada de jazmines blancos.


ALICIA CORA FERNANDEZ