domingo, 12 de agosto de 2012

PANAMÁ CON PIEL DE PANTERA

Yo chateo, vos chateas, los dos chateamos, aprendemos a conjugar todas las noches el impredecible verbo amar en idioma internauta. Suprimimos la vergüenza, ya que no podemos vernos y superamos la timidez porque impunemente el teclado nos da coraje. Por un rato el pasado se va de viaje y el presente es una borrachera de sueños. Nos tiramos al vacío sin paracaídas aun sabiendo que a veces el improvisar trae la equivocación, Cada letra escrita entre dos destinatarios invisibles, teje en la pantalla las quimeras y utopías del misterio. Después de casi un año, una noche explota en el monitor tu propuesta…”¿qué tal si nos vemos?”… Pido permiso a mi conciencia y te respondo con un sí entre paréntesis miedosos. …”El domingo nos vemos entonces”… mi cabeza asiente mientras el corazón me clausura la boca. Es domingo y estoy reciclando el viejo vestido informal, que no por demodé es menos insinuante. Las sandalias de taco alto aumentan mi autoestima y me embeleso tirándome besos frente al espejo que rescata algo de aquella que fui Salgo a tu encuentro con una consigna, una rosa roja en mi escote y vos ese sombrero Panamá que decís te queda muy bien. El colectivo de todas las mañanas, se desliza en la calle sin tránsito, llevando mi expectativa y mis ganas de saber. Un Tortoni casi vacío a las tres de la tarde, suda en sus espejos el Carnaval de un verano infernal e impiadoso. La mesa del rincón me permite otear todo el salón, pido un café y le doy mil vueltas al llavero de casa que modera la inquietud de mis manos. Sobre Av, de Mayo la puerta se abre silenciosamente y deja pasar tu oscuridad, pero el sombrero Panamá ladeado te delata. Frenás tu búsqueda a mi lado y tu sonrisa blanca se acomoda en mí, levantás la mano tocando su ala y sin permiso te acomodás en mi mesa como un gato junto a la estufa. En este momento pongo en práctica lo que declamaba sin haberlo confirmado nunca, soy indudablemente antirracista. Veo una pantera de piel lustrosa, dientes de piano y ojos color miel que gateando buscan mi sonrisa de bienvenida. El reflejo en los míos es decididamente negro y los colores de tu ropa hablan de costumbres no usuales en mi país. Nuestro beso de cortesía me llena de curiosidad, algo que ya había descartado de mi vida. ¿Qué pedimos? No importa, ahora estamos mirándonos sin pestañear, hasta que nos duelen las pupilas. La pesadez del día se va transmitiendo a los pies cansinos del mozo que acerca en su bandeja dos tacitas de café. Empezamos a hablar y sin darnos cuenta, consumimos horas y cafés y abrimos paisajes, saboreando por igual el mar y el cielo. Tu piel, con la llegada de la noche se funde con ella, te miro y no le temo a la oscuridad. Sin darme cuenta me estoy delatando, me muero por besarte y mi deseo va a tener su premio. Te inclinás sobre la mesa, tu sombrero descansa sobre la silla que sobra y con tus manos sobre mi cara abrís ante mí un mundo nuevo, lleno de espectativas. Tu beso sabe a Mar Caribe, a playas infinitas llenas de sal, arena y sol. Seguimos hablando casi dos horas más, llega el momento de irnos y la promesa de una nueva cita abre rutas no exploradas y somos dos sedientos viajeros en el centro de un desierto que va más allá de sus arenas. Ahora, lejos de la amalgama de tu cuerpo y tu sombra, bendigo Internet, que le dio el aire que le faltaba a mi vida y la escasa esperanza que por fin puedo tocar, porque te pienso y soy nuevamente aquella niña rubia como el oro que soñó alguna vez en ser feliz y hoy sabe que la felicidad acaba de llegar de la mano de una pantera, negra como aquel rey Baltazar de su infancia, al que le pedía simplemente la muñeca de sus sueños. ALICIA CORA FERNÁNDEZ.