El boliche está vacío, un mozo aburrido y cansino se acerca a mi mesa.
Después de un día agotador en la oficina, trato de tomar la última lágrima.
Hago mi pedido y sé de antemano que va a traérmela tibia, casi fría.
Tengo razón, el encargado la despacha indiferente fingiendo una sonrisa.
En el costado del platito coloca un sobre de celofán con el mini-alfajor de maicena.
Húmedo como siempre.
Bebo un sorbo y miro a mí alrededor.
Las paredes manchadas de tiempo apenas tapadas por cuadros de dudoso gusto.
Sillas vienesas ancladas al piso. Mesas marcadas por codos insolentes.
Un piso de mosaico negro gastado por infinitos pasos que llegaron y se fueron.
La veo abrazada a él, blanca y suave.
La subo a la mesa y con mis dedos voy intentando cambiarle sus formas.
La sobo, la marco, la moldeo. Ella acepta el manoseo.
Me canso de triturarla y socavarla.
Ahora, puedo entender cómo de una acción devastadora puede surgir algo maravilloso.
Separo mis manos en el comienzo de un aplauso para la obra terminada.
Con vos, pequeña criatura inanimada, fui capaz, con innumerables cortes de construir un puente blanco.
Pago mi lágrima y me voy del boliche.
Por la ventana veo al mozo leer en esa servilleta descartada, el nombre de mi hombre, de mi amor.
Esta vez, la magia del Origami, obró el milagro.
ALICIA CORA FERNÁNDEZ
Después de un día agotador en la oficina, trato de tomar la última lágrima.
Hago mi pedido y sé de antemano que va a traérmela tibia, casi fría.
Tengo razón, el encargado la despacha indiferente fingiendo una sonrisa.
En el costado del platito coloca un sobre de celofán con el mini-alfajor de maicena.
Húmedo como siempre.
Bebo un sorbo y miro a mí alrededor.
Las paredes manchadas de tiempo apenas tapadas por cuadros de dudoso gusto.
Sillas vienesas ancladas al piso. Mesas marcadas por codos insolentes.
Un piso de mosaico negro gastado por infinitos pasos que llegaron y se fueron.
La veo abrazada a él, blanca y suave.
La subo a la mesa y con mis dedos voy intentando cambiarle sus formas.
La sobo, la marco, la moldeo. Ella acepta el manoseo.
Me canso de triturarla y socavarla.
Ahora, puedo entender cómo de una acción devastadora puede surgir algo maravilloso.
Separo mis manos en el comienzo de un aplauso para la obra terminada.
Con vos, pequeña criatura inanimada, fui capaz, con innumerables cortes de construir un puente blanco.
Pago mi lágrima y me voy del boliche.
Por la ventana veo al mozo leer en esa servilleta descartada, el nombre de mi hombre, de mi amor.
Esta vez, la magia del Origami, obró el milagro.
ALICIA CORA FERNÁNDEZ